Lo confieso. Estaba nervioso. Era mi primera vez y, aunque llevaba tiempo preparándome, nunca estás completamente listo. Mis amigos me habían hablado muchas veces de cómo sería, de cuánto me iba a gustar y ese tipo de cosas. Pero, supongo que como le sucede a todo el mundo, nada salió como esperaba.
Primero, llegas a Málaga, la ciudad del sol, y llueve. Para eso me quedaba en Vigo, es lo primero que piensas. Luego, acudes confiado en no tener problemas para conseguir una entrada a través de la Federación y se logra, aunque aquello parecía el típico mercadillo de domingo. Tengo dos para hoy. Apuren que me las quitan de las manos. Finalmente, pudimos ir al Martín Carpena. No todos, pero casi.
Llegar al pabellón malagueño merece un capítulo propio, porque me parece increíble que a nadie se le ocurriese reforzar las líneas de autobuses hasta allí y todavía más que a la salida del pabellón la mitad de los buses ya no funcionasen. Claro está que siempre queda el remedio de llamar a un taxi. Eso es, llamarlo porque que venga ya es otra historia. Mucho SMS y mucha modernidad pero es terriblemente más fácil en esta ciudad ver a una chica que te nuble la vista que coger un taxi.
Volviendo al baloncesto, me sorprendió el Martín Carpena. Esperaba un ambiente algo más cálido para mi primera vez y las gradas estaban algo frías y desangeladas con tanto hueco vacío. Menos invitados y más aficionados. ¡Cuánta sabiduría en una triste pancarta! Es verdad que yo estoy acostumbrado a un ambiente mucho más íntimo para realizar mis cosillas. Mi pabellón de 3.000 aficionados es acogedor, aunque a veces tenemos que estar algo apretados, pero eso no es problema porque el roce hace el cariño. Ayer casi podíamos habernos sentado con un hueco vacío entre cada uno y, lo peor, es que conozco mucha gente que no pudo ir al no poder conseguir una entrada.
Lo que no me había dicho nadie es que iba a haber tanto gente mirándome a mí y no al partido. Así, uno se corta y no disfruta como debiera de su primera vez. En nuestros partidos tenemos una "amplia" infraestructura para la categoría (LEB- 2) pero no pasamos de la docena de personas. Ayer intenté calcular cuanta gente había trabajando y, creo, que puede que hubiese incluso más que aficionados. Con tanto público es imposible concentrarse.
Además, están esas otras distraccciones sentadas al pie de la canasta y que salen a la pista en algunos tiempos muertos. O las que se colocan detrás de los banquillos con las toallas y las botellas de Gatorade. Es todo un espectáculo. En ocasiones, superior al que se puede ver en la pista. Porque, en eso, la Copa me defraudó. Los preliminares estuvieron bien, sin alardes pero correctos, y cuando ya fuimos al grano nos encontramos con un partido sin mucha calidad, aunque con emoción. La duración, de hecho, fue lo más atractivo porque al alargarse más de lo habitual gozamos un poco más de lo acostumbrado.
Tras un momento de relax para recuperar fuerzas, y en algunos casos echar el pitillito de después, estaba ya listo para otro asalto, confiado yo en que el segundo fuera incluso mejor que el primero. Craso error. El partido se fue antes de tiempo, no me duró ni diez minutos, dejándome con tantas ganas que desde entonces llevo proponiéndole a todo el que se me acerca jugar un partidillo en la cancha de la residencia para matar el mono.
Al menos, esta primera vez no dolió y como dicen que lo mejor de estas cosas es intentarlo muchas veces, mañana vuelvo a las semifinales. Tau- Real Madrid y DKV Joventut- Barcelona. Si esta vez me quedo también a medias, me paso al tenis que eso sí que dura.