La chipionera más grande

Hace pocos días se cumplían cuatro años desde que España perdió la voz. La gente ha vuelto a acudir en masa a rendir homenaje a la tonadillera más internacional. Su casa se llenó de flores, velas, mensajes de cariño y ánimo de fans, de admiradores y de paisanos. Ese día la brisa chipionera volvió a sonar a Rocío Jurado y el ambiente se impregnó de la grandeza de su éxito, de su gloria que comenzó justo donde ahora descansa, en un pequeño pueblo gaditano.

Las olas mecen las costas del pueblo que la vio nacer. En la madrugada del 18 de septiembre, Rosario dio a luz en 1946 a una niña que extendería su voz como la luz inquieta del faro de Chipiona ilumina los extremos del horizonte. Desde entonces, su pueblo y su gente han sido testigos y compañeros de camino de su brillo.

María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado creció en una casa blanca cercana al muelle, en la zona conocida como el Barrio. Su padre era zapatero y su madre se dedicaba a los trabajos del hogar y a cuidar de sus hijos. Ambos eran buenos cantaores de flamenco, don que heredó Rocío. Fue una chica humilde, como toda la gente que recibe la gracia de vivir en un pueblo pequeño, y guerrillera, condiciones indispensables para enfrentarse a la fama. Se crió como todos los jóvenes de su edad, siendo una más entre el gentío, pero destacando en los momentos de reunión propios de los patios de vecinos, cuando el sol cae y el fresco invita a salir a la puerta y sentarse. Es cuando jóvenes y mayores se unen y entonan cantos propios de la tierra y bailan al ritmo del folclore andaluz. Rocío es conocida en estos corros por su cante y por su baile. Desde joven los vecinos ya le decían que tenía tablas de artista.

Cada día Rocía iba al colegio. Una compañera de clase nos cuenta que nunca fue una buena estudiante, que prefería a provechar los momentos en que Doña Josefa, la profesora, no estaba en clase para subirse en la mesa a bailar y zapatear. Con esta andadura académica no fue raro que aprendiera el oficio de su padre y que trabajase en campañas esporádica en el campo, empleo especialmente necesario cuando murió su padre. Pero esta no es la única forma en que Rocío conseguía algo de dinero para ayudar a su familia. Fue conocida en el pueblo como ‘la niña de los premios’ porque solía ganar los populares concursos radiofónicos de cante.

Aunque fue un duro golpe para la familia, la muerte de su padre marcaría un punto de inflexión en su vida poniendo rumbo a Madrid. Concha ‘la de Jony’, apodada así por ser esposa del banderillero de Ordóñez, era una señora de Sevilla que como muchas otras solía escapar del tedioso calor sevillano para veranear en Chipiona. Siendo un pueblo de pocos habitantes, Concha se había fijado en Rocío y siempre la instaba a viajar con ella a Madrid para probar suerte en el mundo de los artistas. Llegada a este término, Rocío acepta la ayuda de Concha y se marcha a Madrid acompañada de su madre.

Su camino en Madrid comienza en la sala de fiestas El Duende como corista. Su salto a la fama ha sido fruto de recorrer un largo sendero, ganado a pulso y por pura valía. Abrirse puertas en el mundo de las estrellas no es fácil, pero Rocío supo brillar en lo más alto con luz propia. En sus comienzos y en su gloria, su pueblo la apoyaba y la arropaba. Siendo joven, a su vuelta de Madrid, el pueblo la agasajaba con fiestas sorpresa coincidiendo con su cumpleaños o recibiéndola con vítores y aplausos. Rocío supo ganarse el cariño de su pueblo pues lo portaba como bandera. Allá donde iba hablaba de Chipiona, contaba sus costumbres, su carnaval, hablaba de la gracia de la gente y de sus playas. Pero había algo más intenso que este nudo entre la tonadillera y su pueblo, algo más fuerte que el cariño y más perdurable que sus recuerdos, su fe en la Virgen de Regla, patrona de Chipiona. Cada ocho de septiembre Rocío regresaba a Chipiona para acompañar en procesión a la defensora de su pueblo y cumplir una promesa que la ataría a él sin que esto supusiese para ella un estorbo. Estando soltera, Rocío sufrió una grave hemorragia. Recurrió a la Virgen de Regla para que la socorriera en su enfermedad y desde entonces le ofreció custodiarla por las calles de Chipiona.

El pueblo de Chipiona ha sabido estar con ella en cada instante importante de su vida, ha sido un pueblo agraciado con una paisana ilustre y como muestra de gratitud ha querido dejar huella histórica de su presencia. Rocío Jurado es nombrada en el 68 Hija predilecta de la villa por sus cualidades artísticas relevantes tanto en el panorama nacional como en el internacional. Su escultura, que preside el muelle de Chipiona, pone fin a una de las avenidas de la localidad a la que da nombre y sirve de monumento a su voz y su persona.

Su boda con el boxeador Pedro Carrasco fue todo un acontecimiento para Chipiona. No sólo compartían su alegría, sino que por primera vez el pueblo experimentaba un despliegue mediático sin precedentes y acogía a miles de personas que querían acompañar a la cantante en su enlace. Rocío fue vestida de novia en su casa y llevada en coche de caballos hasta el Santuario de Regla donde se oficiaría la ceremonia. Ese día Chipiona era un hervidero de gente, miles de personas se congregaron en el recorrido que debía realizar el coche de caballos con Rocío. A duras penas pudo llegar hasta la Iglesia a fuerza de apartar gente y Rocío tuvo que ser cogida en hombros para cruzar el gentío y poder entrar en el Santuario. La masa se agolpaba en la explanada que rodea el templo de Regla donde Rocío mandó instalar un tablao con una gigantesca tarta nupcial de diez pisos que fue repartida después de la misa entre los numerosos admiradores y paisanos que acudieron.

En los años posteriores a su boda y hasta el final de sus días, Rocío vivió la época de esplendor en su carrera, si bien no tanto en su vida personal. Tuvo una hija con Carrasco que se crió en Madrid, con su padre y en colegios internos. Rocío comenzaba sus giras por el mundo, largos periodos en los que estaba varios meses en el extranjero: EEUU, México, Chile... que combinaba con galas, entrevistas, conciertos y demás quehaceres de su condición de artista. Esto le impidió mucho estar cerca de su hija y darle la ternura que sólo sabe dar una madre. Su matrimonio con Pedro Carrasco sufrió golpes a causa de sus ausencias y su vida entregada a la música, a su arte, que contrastaba con la ociosidad del boxeador ya retirado. Con vidas muy distintas, ambos pidieron la nulidad matrimonial, pero nunca rompieron la relación de afecto y confianza que había crecido entre ellos. Este acontecimiento no manchó la fama de Rocío, aún siendo un asunto muy explotado por la prensa, supo mantener en todo momento la discreción y su voz no se vio trabada por ninguna tragicomedia mediática.

Chipiona ya no sería testigo de su segunda boda con José Ortega Cano, la cual tuvo lugar en una ermita privada que se construyó en la finca de la Yerbabuena. Pero la recibiría en numerosas ocasiones. Rocío compró una casa en la avenida de Regla, balcón desde donde veía pasar la procesión de la patrona con sus hijos adoptivos Gloria Camila y José Fernando. Chipiona siempre estaría presente en muchas de sus canciones, baladas románticas que recuerdan el mar de su pueblo, los claveles propios de Andalucía, las gaviotas, los marineros y el faro. Muchos de sus videoclips también fueron realizados en ambientes chipioneros, especialmente la playa de Regla, lugar predilecto para la tonadillera.

Pero nunca una flor duró dos primaveras y la enfermedad llamó a las puertas de su vida. Rocío fue diagnosticada de cáncer en Cádiz, fue tratada en Madrid y posteriormente en Houston. Sorprende la entereza con la que se enfrentó a su enfermedad ante los medios de comunicación y la sencillez con la que supo sentirse débil y recurrir de nuevo a su Virgen de Regla en busca de auxilio y descanso, refugiándose de nuevo en Chipiona. Rocío fue rápidamente intervenida en una complicada operación que mantuvo al mundo en vilo durante 16 tediosas horas. El resultado de la operación médica fue exitoso pero desalentador. El cáncer había alcanzado rango de metástasis afectando al páncreas y el hígado. La espera era la única vía de actuación para esta lucha con final previsible e inevitable.

Marchitaba sus entrañas, pero con su fortaleza se mantuvo en activo para realizar algunas pocas entrevistas y conciertos. Su última gala-homenaje fue televisada en la Navidad de 2005, pero se construyó durante meses a base de mucha dedicación y grandes esfuerzos, pues la medicación cada vez tenía más débil a Rocío. Su voz no se apagó, siguió manteniendo la impetuosidad, la fuerza y la potencia que la hizo única entre las grandes. Fue una artista hasta el final.

Cuando fue ingresada de urgencia por el acusado estado de su enfermedad, Chipiona se echó a la calle para rendir homenaje a su paisana. La casa de Rocío se impregnó del intenso olor de las flores y del calor de las velas, las paredes se llenaron de mensajes de ánimo, de esperanza, de oraciones y peticiones a la Virgen de Regla por la salud de la tonadillera.

Chipiona lloró la muerte de Rocío Jurado el 1 de junio de 2006 tras dos años de intenso combate. Pasó sus últimas horas en compañía de sus familiares en el hospital de Madrid. Fallecía a las 5.15 de la madrugada de un jueves. Madrid le rindió su último homenaje en el Centro Cultural de la Villa, donde unas 22.000 personas se acercaron a la capilla ardiente para despedir a la voz de España.

Los restos mortales de Rocío fueron trasladados desde Madrid en avión hasta Jerez de la Frontera para después ser conducidos en coche fúnebre hasta su ciudad natal. El aeropuerto de Jerez estaba abarrotado de personas que querían servir respeto a la gran artista. El trayecto en coche fue seguido por cientos de vehículos que se paraban en el arcén de la carretera para aplaudir y tirar flores a su paso.

El féretro llegó a Chipiona en las últimas horas del jueves, fue recibido con respeto y conducido hasta el Santuario de Regla donde permaneció en la capilla ardiente hasta las 12 horas del viernes. El coche llegó sembrado de flores a la ermita que alberga la imagen de la patrona, donde 100.000 paisanos y seguidores velaron su cuerpo y dieron su último adiós a Rocío Jurado.

Tras la misa de difunto a la que acudieron familiares, ciudadanos, conocidos y numerosos artistas y compañeros de profesión, el féretro fue guiado hasta el cementerio de San José, en Chipiona. José Ortega llevó a hombros el cuerpo de su esposa acompañado de otros familiares, que fueron turnados por los costaleros de la Virgen de Regla, para completar los dos kilómetros que separan el templo del cementerio donde descansaría junto a sus padres. Los chipioneros supieron acompañar este último paseo de Rocío dando muestras de respeto. 185 guardias civiles, reforzados con efectivos de la Protección Civil, la Policía Local y el 112 trabajabaron para controlar los actos en torno a la muerte de la chipionera.

Chipiona ha estado y sigue con ella. Cada día de la patrona se coloca en su balcón un gran ramo con lazos blancos justo donde ella solía ver la procesión. El Ayuntamiento ha construido un mausoleo en el cementerio donde ya reposa la artista con una estatua realizada por Luis Sanguino, un querido amigo de Rocío. Frente al humilladero de la Virgen de Regla, en el Tercer encuentro internacional del día de Rocío Jurado, se colocó una estrella con un alegórico clavel. Este año, con motivo del cuarto encuentro se le ha otorgado la Medalla de Oro de la localidad, que hasta este momento sólo tenía la Virgen de Regla. Rocío ha entrado en la historia de los mitos por sus valores como artista y como persona y Chipiona siempre ha sabido estar con ella. Chipona ha sido para la tonadillera su casa, su bandera y su escudo, como dijo una vez: “que me busquen por Chipiona si me llegara a perder”.