Manolo Gordo es uno de los más grandes y directos comunicadores de la radio que uno haya conocido. Como sabe una altísima audiencia de miles de personas, estuvo muchos años en Canal Sur, hasta que salió de allí forzado por una de esas injusticias y manipulaciones que ocurren más veces de las que uno podría imaginar.
En La noche más hermosa se encargó ni más ni menos que de la empinada y difícil cuesta de la madrugada, imposible para periodistas sin un perfil humano destacable. Manolo Gordo poseía -posee en un momento dado- la rara capacidad de registro necesaria para hacer discurrir la compañía de su voz por unas horas tan desnudas, cuando la soledad es un denominador común de las llamadas telefónicas, cuando se desvanecen los falsos artilugios y los amables consuelos del día, pero se agrandan las sombras de tantas carencias y sufrimientos. En aquellos años, si muchísimas gentes no quedaron al antojo del insomnio y sus vacíos, se lo deben a que Manolo Gordo les esperaba infalible al otro lado del telón espantoso del silencio que acecha y tortura. En el recuerdo de sus miles de oyentes y en el de él mismo estarán madrugadas cuyas desolaciones quedaron confortadas al amparo de su amistad, con la palabra entregada como si fuera un confidente que hacía posible el milagro de la intimidad al tiempo que sus conversaciones llegaban a todos los puntos de España.
Las circunstancias me llevaron hasta el mismo centro de gravedad de aquel prodigio de comunicación que Manolo Gordo obraba en Canal Sur Radio. Quiso hacerme una entrevista para hablar de mi último disco, aquel que como una premonición para su madrugada llevaba la Oración de Gloria Fuertes. Y vino a concertarse la fecha ignorando, como es lógico, que iba a ser la misma de la misma madrugada en la que un hombre joven e inocente se debatiría entre la vida y la muerte por un tiro, siempre cobarde, que le dio la ETA. Fue la madrugada en la que nos dejó Miguel Ángel Blanco. Ni que decir tiene que aquella entrevista planteada a priori para promocionar un nuevo disco, tomó el derrotero de la angustia y la indignación de toda España, y que Manolo Gordo me dejó compartir por varias horas al micrófono el encuentro con tantas personas desconcertadas por un crimen tan abominable como calculado.
Manolo -al que así llamo y no Manuel, porque le restaría entonces méritos a su cercanía con el gran público- sigue siendo hoy el gran comunicador de entonces. Como algo innato, no podría dejar su condición de hábil para la proximidad ni encerrado en un zulo. Y desde su página de Facebook -toda una delicia estar agregado a ella- lo mismo propone una causa solidaria con el niño Gonzalo Castillo, convocando interminables adhesiones a las que yo me uno, que invita a escuchar románticas canciones de otro tiempo recuperadas para los días que corren.
La gente como Manolo Gordo siempre lleva tras de sí una palabra repetida mil veces por los demás, como un segundo apellido o un componente genético que le acompaña: gracias, gracias, gracias