Antonio Gala también se ha encontrado con la bestia. La espantosa fiera del cáncer le ha puesto las garras encima. Él mismo lo ha contado en El Mundo. Dice que la enfermedad ha empezado a putearlo. Por un artículo al menos, ha interrumpido de golpe las hermosas palabras de su sangre enamorada incansablemente, mientras en vena le entra la quimioterapia. ¡Hijo de puta el cáncer! ¡Qué de gente propia y ajena arrebatada porque sí! Y todos los demás sin que estemos libres viviendo cada día del milagro del perfecto funcionamiento de millones de células. ¿Cuándo tendrá el cáncer su Fleming?
Ánimo, Antonio. ¡Con dos cojones!
Te recuerdo en tus libros leídos, en tus colaboraciones recortadas, en tus entrevistas que hipnotizan, en tu cultura que apabulla, en tu ironía que descuartiza, en tus conferencias sin bostezos Pero te recuerdo hoy especialmente aquella noche en un hotel de Benalmádena. Habías llegado para que te dieran uno de esos premios de famosos de la Costa del Sol. Estábamos en el cóctel previo a la cena. Mucha gente, muchísima: Isabel Gemio, Lolita, José Luis López Vázquez, Enma Penella, Antonio Montiel, Miguel Caiceo, Florinda Chico, Concha Cuetos la tira de estrellas. Y, de pronto, en el final de aquella larga estancia llena de camareros sirviendo bebidas y canapés, entre tantas cabezas apareció tu rostro. Alguien me lo descubrió:
-¡Mira! ¡Está Antonio Gala, con lo que le admiras, con lo que te gusta! Acércate a saludarlo, date a conocer
-No (le reparé en seco); tengo entendido que no le gustan los acosos, los autógrafos y toda esa clase de situaciones en las que se le aborda para halagarlo. Otra vez será. En otro momento y de otra manera.
Pero mi destino parece que nunca quiso ser otro que encargarse de darme auténticas sorpresas. Y cuando me indicaron la mesa de unos ocho comensales en la que debería cenar, resulta que uno de ellos era ¡Antonio Gala! Me lo pusieron enfrente. Y ahí fui directo:
-Mira, Antonio: yo no te voy a hablar de usted. Llevo años, casi una vida, leyendo tus novelas, tus artículos, escuchando tus entrevistas, mirándote con entusiasmo y deleite cada vez que sales por la tele; así que debes comprender que te sienta como si fueras de la familia, como uno más por casa.
Me comprendiste con una inmensa amabilidad que permitió una agradable conversación durante toda la velada. Agradable e interesante, porque no existe un momento tuyo sin que sea interesante. Me gastaste hasta una broma sobre mi compañía femenina:
-Yo no sé como un hombre como tú lleva al lado a una mujer tan guapa como esa.
-Yo tampoco, Antonio; yo tampoco.
Y me quedé inalterable en el piropo dedicado a ella.
Y a los postres, llegando el momento del champán, nos propusiste, argumentando razones para conseguir verdadera suerte, un brindis muy especial: el de chocar nuestras copas con la contera de plata de tu bastón el de aquel día, claro; porque lo menos que puede llamarse un bastón tuyo es inseparable y asumir cuanto antes la infidelidad propia de pertenecer a una interminable colección donde se cuentan algunos como el de Manolete. Lo tuyo es como un harén de bastones a tu antojo.
Será una molestia, Antonio, una molestia más entre las muchas que ese cabrón del cáncer va a darte. Pero quiero que saques hoy aquel mismo bastón de la contera de plata para que brindemos juntos por ti y tu victoria. Ya sé que brindar por ti es una forma de egoísmo para no quedarme tan pronto sin tu ingenio; pero es la mejor que se me ocurre -la que tú me enseñaste- para que salgas de esta y sigas escribiendo más páginas tuyas de esas que terminan siendo nuestras.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado