En medio de los días de este crudo invierno con frío que no es nuestro, sino un endoso gélido de Siberia, me llega una ráfaga cálida de luz. Es un regalo que parece que ha bajado las escaleras de purpurina del escenario de un musical, un obsequio que avanza entre reflejos cenitales de colores, bambalinas de terciopelo pasión y candilejas en reverencia por verla. Es como una aparición sorprendente que te hubiera anunciado con todos los honores la voz con énfasis de un presentador de estrellas. Desde el fondo de la oscuridad de la boca grande de un telón negro de crisis ha salido ella. Descomunal. Bellísima. Exuberante. Guapa a más no poder. El frío no es nuestro, pero ella sí. Con el frío hacía yo como con los niños estudiando idiomas, un intercambio. Siberia me manda unos días los grados de esta peluda bajo cero y en agosto que pasen allí una semanita -una semanita nada más- los cincuenta de la canícula de Sevilla.
Ella es nuestra. Y tan nuestra. Su nombre es Sylvia Pantoja y me ha llamado por teléfono. Me invita a vivir parte de su aventura artística justo cuando intenta tensar aún más el arco largo y fuerte de una carrera hecha a base de resistencias. Sylvia, además de cantante, también quiere ser actriz. Su participación en el programa de Antena 3 Tu cara me suena ha sido todo un éxito. No sé quién la ha descubierto más, si el público o ella a sí misma. El caso es que se ha pasado un buen número de semanas demostrando hasta dónde llegan sus amplios registros, la capacidad camaleónica para ser Shakira o Rosario, Cher o Marta Sánchez. Y ahora me involucra en su vida -la idea se la debo al gran pintor Antonio Montiel- con el encargo de realizarle un reportaje de síntesis que recoja las secuencias más reveladoras de su enorme capacidad interpretativa. Un reto para mí dedicarme a seguir el suyo, sobradamente superado, por el recorrido de las más variadas personalidades artísticas.
No es nada fácil vigilar un montaje a base de escenas que habrán de sucederse unas a otras ofreciéndose como sorpresas sucesivas de las transformaciones de Sylvia. Será difícil recortar teniéndolo todo. Sylvia Pantoja es para mí uno de esos casos incuestionables de que el éxito es, más veces de la cuenta, caprichoso con sus elegidos. Ya podría haberle dado definitivamente por esta belleza de mujer a la que, encima, no le falta de nada para residir dentro del mundo del espectáculo donde sólo habitan los más singulares. A lo mejor tuvo la culpa de todo su apellido, que es esa estrella que pesa tanto. Pero de todos modos, ¿quién sabe si la justicia no ha hecho más que empezar a darse para ella desde estos días de la evidencia de su categoría? Por atreverse, se ha atrevido hasta con la caracterización de su primo Chiquetete en Esta Cobardía. Yo le hubiera cambiado la letra en homenaje y reconocimiento al bello animal de escena que Sylvia ha demostrado ser tantos años y, desde luego, en Antena 3. Ella tiene algo exclusivo de los más grandes, los que teniendo una vocación a prueba de obstáculos son incapaces de vivir sin realizarla. Ella tiene esa valentía.
José María Fuertes