Los periódicos se llenarán de palabras infrecuentes en un tiempo de mediocres. Escribirán talento, originalidad, genial, incansable, creativo, personalidad, libre, intelectual Los periódicos hablarán de Mingote, que se ha muerto a los noventa y tres años de su plena juventud.
Para hacer lo que él hacía era indispensable como poco ser curioso al cabo de más de nueve décadas en las que nada podría ya parecerle novedoso. Pero cada día de España y de este mundo sabía mirarlos con inquietud de recién llegado. Por eso su hábitat más apropiado era el amanecer, la primera luz, la de cada mañana en la que abríamos temprano la ventana de su chiste.
Mingote ponía el dardo en la palabra y en el dibujo. No era sólo un ilustrador magistral; era un filósofo, un extraordinario contemplativo de la existencia humana. Hasta en sus peores rasgos, la expresaba con ternura. Sabía que la verdad sin cariño es menos verdad. Creo que la acritud no formó parte de sus reacciones. Nada le provocó ira. Nada, menos una realidad española que le resultó insoportable, legítimamente indignante: el terrorismo de ETA. En ese caso siempre fue implacable para plasmarlo con asco, condena y repugnancia. Fuera del ámbito del crimen organizado, el resto de Mingote -que es mucho- sabe a un hombre comprensivo, sereno, que tiene asumidos los puntos flacos de los estereotipos humanos que lleva a sus viñetas: Los señores de negro, sus gordas, los políticos, los curas, etc.
Tenía la habilidad mental de posicionarse en primera línea de la actualidad y parecer que la observaba a kilómetros de distancia del apasionamiento o la enajenación. Quizás por eso su obra de ayer podía estar dibujada hace un rato, sin padecer el paso del tiempo, como aforismos o sentencias que se tienen en pie para siempre.
Había llegado más allá de su parcela diaria en ABC, hasta un sillón como académico de la Real Academia Española, dramaturgo, escenógrafo, contertulio de los espacios radiofónicos y televisivos más importantes, asesor vital de un panorama tan específico en dificultades como el de la piel de toro donde estamos.
Antonio Mingote, don Antonio Mingote, era síntesis de miles de juicios sobre una misma cosa, resumen de montones de renglones en la economía de sus frases lapidarias.
Después de él y al irse un maestro quedan sus discípulos. Claro que eso no es lo mismo, a qué engañarnos. También sé que el mundo, como en la canción, gira y gira; pero este país vive en el filo justo de los años que están despidiendo poco a poco a gente irrepetible.
José María Fuertes