La Semana Santa se está convirtiendo en una afición sin Dios. Lo ha dicho el mismísimo presidente del Consejo de Cofradías de Sevilla. Lo ha dicho ayer en el Cabildo de Toma de Horas, que va a pasar a la historia más bien como el Cabildo de Toma del Frasco Carrasco. Más claro, agua de cántaro en jarrilla de lata.
De vez en cuando en la vida llega el momento imprescindible de un puñetazo en la mesa o un coño! a tiempo, aunque no sea el caso de Carlos Bourrellier. Un coño! a tiempo a las cofradías; pero también un coño! a tiempo al Vaticano, a los cardenales, a los obispos, a los curas, a las monjas un coño! a tiempo al Opus, a los Catecúmenos, a los colegios religiosos bien cortitos de caridad cristiana y un Evangelio de conveniencia cuyas páginas se han quedado en un breviario. Una vergüenza de los que se rasgan las vestiduras cada vez que amenazan con descolgar crucifijos.
Me están gustando tela estos tiempos transgresores que están llamando a las cosas por su nombre. Estos tiempos que están desmontando a los fariseos y señalando sepulcros blanqueados. Y mucho más en una ciudad como Sevilla, que no tiene remedio ni con la celebración que hubiera de veinte exposiciones universales.
No se puede decir más preciso lo de la afición sin Dios. Nada menos que el presidente del Consejo se ha atrevido a desafiar una máxima hasta ahora intocable, la de ni fías ni porfías en cuestión de cofradías, uno de los mandamientos de esta ciudad que entra montones de veces en liza con los diez de la Ley de Dios.
Va dado Bourrellier. De cuatro en cuatro, como en los tramos de nazarenos, le van a tener que colocar a los tontos de capirote que ya le estarán dando puñaladas traperas, tan cofrades.
Bourrellier por este camino va a durar menos que un pabilo encendido una noche de viento. Pero mientras se vaya o no, mientras lo echen o no, se va a dedicar a ser más valiente que La Estrella; va a dejar el silencio para el Desprecio de Herodes y le va a echar los caballos de Santa Catalina al rollo este de la cultura, a las juntas de gobierno que acaban en gestoras, a las elecciones cuyos candidatos maniobran campañas que parecen de políticos, no entre hermanos.
Todo esto parece arrancar de la gota que colmó el vaso designando al pregonero y, después, con el dichoso Vía Crucis de catorce pasos en el Año de la Fe. ¿De qué fe?
Sacar pasos con carácter extraordinario es más antiguo que el barómetro del fraile. Lo sabe uno que no es nada sospechoso de situarse frente a las cofradías; unas cofradías que le derramaron el agua del bautismo cofrade; unas cofradías en las que llevaba una varita con sólo dos años; unas cofradías para las que recuperó la tradición de las revistas de primavera; para las que dirigió el Boletín oficial Pero unas cofradías manipuladas en muchos casos por paganos ignorantes que han perdido de vista el auténtico punto de partida -hace más de veinte siglos- por el que se monta un paso en Semana Santa: un condenado a muerte de cruz que resulta que era el Hijo de Dios. Si esto se está llegando a olvidar, entonces, por mucho que me guste la Semana Santa y haya llenado tanto mi vida, a decir de la voz de los capataces cuando mandan aminorar la marcha de los costaleros: menos paso quiero.