Hay novelas históricas, vaya plomo, Balzac las confunda, y novelas periodísticas, vaya plaga, Larra las fulmine, hay novelas tristes sin tres tigres y autoficciones con diésel y gasolina, novelas premiadas y publicitadas, comentadas a fuer de recomendadas… aquí estamos ante un género novísimo, la novela profética. Su autor escribió Pasodoble hace más de un cuarto de siglo, que es un cuarto de milenio, y parece que toda ha ocurrido hace un cuarto de hora. Profecía literaria porque en la historia se apuntan cosas que después ocurrieron. Hubo un tiempo en que Chipiona era Sanjenjo y había un rey con el yate averiado pero que soñaba con patronear un petrolero desde Algeciras hasta Estambul, el Mediterráneo de Pirenne y de la canción de Serrat, profecía de ese mismo rey que vio cumplido su sueño con ese destierro en Abu Dhabi, Estoril de los moros. El rey al que nadie ve, como al Dios de la Biblia, aunque se insinúa entre catalejos y periscopios, es un monarca todavía pletórico, anterior a Corina y Bostwana, Grace Kelly y Ava Gardner de un Mogambo chipionero. Hay metaliteratura en esta novela de José Antonio Ramírez Lozano. Un cura de Paymogo, el pueblo fronterizo de José María Vaz de Soto; coñas marineras con Joaquín Márquez, poeta de esas tierras; y argumento en los escenarios del asueto de Caballero Bonald, jerezano que se autoexilió en La Jara, entre Sanlúcar y Chipiona. No es extraño que arranque con una cita de Luces de bohemia. Pasodoble es una mezcla del esperpento del autor gallego, esa historia protagonizada por un ciego inspirado en la vida exagerada de Alejandro Sawa, poeta nacido en la sevillana calle San Pedro Mártir donde también vinieron al mundo Rafael de León y Manuel Machado, y de serie televisiva La que se avecina. Con la propina de un gamberrismo humorístico que en estos tiempos de la literatura plúmbea y resiliente es muy de agradecer. En el centenario de Proust, Ramírez Lozano se adentra en la hojarasca de las páginas del ¡Hola!
Me lo he pasado genial leyendo Pasodoble. Me ha trasladado a otras lecturas hilarantes: ‘Alacranes en su tinta’, esa novela sobre un frustrado envenenador de Franco que escribió Juan Bas; a ‘Las hermanas coloradas’, de mi paisano Francisco García Pavón; a ‘El misterio de la cripta embrujada’, el mejor Eduardo Mendoza. ‘Pasodoble’ resiste tan bien como los personajes que ya no están entre nosotros (Rocío Jurado, Anguita, la Duquesa Roja), incluso los muertos que ya entonces habían muerto, como Lola Flores, Concha Piquer o Manolo Caracol. ¿De qué extrañarse? También Saramago le da voz a un recién fallecido Fernando Pessoa en ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’ ‘Pasodoble’ era el título de una película que dirigió José Luis García Sánchez. La última que protagonizó esa trianera de Hollywood llamada Antoñita Colomé. Me la imagino encarnando a algunas de las inconmensurables heroínas de esta novela: Matildita Pérez del Amo, Soledad Bascones y Díaz de Añabate, Trinidad Ruiz de Vivancos, Pilita Carballo o alguna de las hermanas Melero, Gunillas autóctonas. A las ministras del actual Gobierno les encantaría porque salen pobres en esta novela, pobres de solemnidad, como el vigilante de la playa o el heladero con “voz melosa de gondolero triste” que canta modugnos y carossones en su Muerte en Venencia con manzanilla revenía. Aznar y Anguita reeditan su pinza en esta novela de la España de la Expo y los primeros pelotazos. Hay que salvar al Rey y su yate Fortuna de la avería y de un vascuence etarra y calentón que huye por las azoteas después de haberse cobrado la prima de una mártir amorosa con un primo sobón y opositor a notarías. Es un Juan Carlos I anterior al rey caído de ese retrato que hizo Lawrence Debray, la hija de revolucionarios que tenía en su cuarto un poster del monarca español que su padre, Regis Debray, le cambió por otro de Mitterrand, rey sin corona, porque las Repúblicas suelen ser Monarquías acomplejadas y reinos como el nuestro parecen repúblicas mojigatas. Hay un guiño a Toynbee y sus ciclos; las invasiones, como las bicicletas de Fernando Fernán-Gómez, son para el verano. El autor es extremeño y como tal soñador de océanos de Hernán Cortés, Pizarro, Alvarado o Cieza de León. Como en Maqroll el Gaviero, el personaje de Álvaro Mutis, ese colombiano que le revisaba todos los originales a García Márquez, en Pasodoble sabemos que por el mar llega la cultura y la civilización y por la tierra la barbarie además de las sardinas. Chacha o institutriz, he ahí la cuestión. ¿Mártir o traidora? Tienen que llegar al final del libro para resolver la incógnita. Un día la Duquesa de Alba me confesó que su plato favorito eran las lentejas. Debe ser por el hierro aristocrático porque en esta novela, cuando van a convencer a la duquesa de Medina-Sidonia de que se sume a la verbena benéfica para comprarle un nuevo yate a Su Majestad, la anfitriona les obsequia con un almuerzo de lentejas de primero y de segundo lentejas. Ladran Cipión y Berganza en guiño cervantino a este nuevo Campo de Agramante. En ‘Pasodoble o las desventuras del yate Fortuna y otras suertes reales’ hay apócopes descacharrantes, licencias poéticas y quien confunde a Gigliona Cinquetti con santa Gema Galgani. Puro esperpento entre Sanlúcar y Chipiona, estribaciones donde Felipe Alcaraz ubicó su obra ‘Los últimos días de la izquierda’. En plena Expo, algunos periodistas fuimos al chalet de Manuel Alejandro en Chipiona para cubrir el cumpleaños de Rocío Jurado, que cumplía 48 primaveras. Junto a la mesa de la canalla había otra mesa vacía donde a modo de Reservado había un papel que decía Luces de bohemia. No es que al final fueran a aparecer PicaLagartos, la Pisa-Bien y don Latino de Hispalis. Era el nombre de un grupo de sevillanas. Eran tiempos del boom de los cuatro pasos. Cuando Chipiona era Sanjenjo, Corina y Bostwana dos nebulosas y Estambul un destino poético donde rompían los sueños. Rifan un óleo de Maireles, suena El Relicario, pisa con garbo, el ¡Hola! es la Hoja Parroquial de Lola Flores, si me queréis, irse, hay un pizzero enamorado de Sofía Loren y una Teresita que no es de Ávila ni de Calcuta que no puede amar al asesino de su rey pero selo encama. Un etarra ridículo y fugitivo con una camiseta que es el principal indicio de unos policías más torpes que Louis de Funes en las películas de Fantomas. Hay un guiño a Javier Marías que lo dejo a modo de gimkana para que el lector lo descubra. Escribir en España es llorar, dicen que escribió Larra (en realidad parece que dijo que escribir en Madrid es llorar); leer a Ramírez Lozano es reír con las flechas en el carcaj por si en algún momento surge la carcajada. El rey en el yate y el etarra ramplón en una pensión con viajantes de zapatería y de corsetería, tres lenceros bengalíes. Un Chacal en la reserva de los linces.‘Pasodoble’, de José Antonio Ramírez Lozano, novela en Chipiona, por Francisco Correal
Hay metaliteratura en esta novela de José Antonio Ramírez Lozano
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