Como cada año la Revista Cuaresma pone simbólicamente la cruz de guía en el dintel de la puerta con el cartel, fotografia de Fernando Salazar y Ángel Bajuelo y bajo la dirección de Juan Salas.
El Papa Francisco ha publicado hoy su mensaje para la Cuaresma 2024, que este año comenzará el 14 de febrero, Miércoles de Ceniza. El 24 de marzo se celebrará el Domingo de Ramos, y el Jueves y el Viernes Santo serán el 28 y 29 de marzo respectivamente.
De la esclavitud a la libertad
El Papa abre su mensaje de Cuaresma de este año explicando que, desde el momento en que Dios se revela al pueblo de Israel, anuncia la libertad: “’Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud’ (Ex 20, 2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne”.
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En este contexto, Francisco apunta que el pueblo de Israel recibió los mandamientos como un camino hacia la libertad, no simplemente como una serie de normas a seguir: “(El pueblo de Israel) recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos ‘mandamientos’, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo”.
A continuación, el Santo Padre indica que este camino hacia la libertad es un proceso que va madurando paulatinamente, no se llega a él de la noche a la mañana, y todos estamos en este sendero: “Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí -a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés-, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar”.
El Papa señala algunos signos para detectar estas “ataduras”: “Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos”.
El desierto, promesa de algo nuevo
Sin embargo, este desierto, ese estado aparentemente negativo, puede transformarse en algo más bello de lo que era antes, como una tierra que se prepara para que florezca en ella un vergel: “La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser -como anuncia el profeta Oseas- el lugar del primer amor (Os 2, 16-17)”. Bajo esta perspectiva, el Papa señala que el desierto es una fase de la pedagogía divina con el hombre: “Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida”.
Pero este concepto podría quedarse en “un camino abstracto”, advierte Francisco. “Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: ‘He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel’ (Ex 3, 7-8)”.
“¿Dónde está tu hermano?”
El Papa invita a preguntarnos si a nosotros nos llega también este clamor: “También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen”.
Otras preguntas útiles para el examen de conciencia que señala Francisco son: “¿Dónde estás?” (Gn 3, 9) y “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9).
El Santo Padre invita a reflexionarlas y advierte de una posible añoranza al “dominio del Faraón”, es decir, a la esclavitud, a pesar de ser “un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles”. Y es que, “si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad”.
Ante este hecho, el Papa propone estas preguntas de reflexión: “¿Deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo?”. Porque, según el Santo Padre, uno de los males más importantes de nuestro tiempo es la falta de esperanza: “El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar”.
La batalla espiritual
La Cuaresma, sin embargo, puede ser el momento ideal para decidir “no volver a caer en la esclavitud”: “Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros. […] Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido”.
Este regreso a la libertad conlleva también una actitud de combate, ya que la vida cristiana es ante todo una batalla espiritual: “Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentanciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: ‘Tú eres mi Hijo muy querido’ (Mc 1, 11) y ‘No tendrás otros dioses delante de mí’ 8Ex 20, 3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo”.
En esta línea, el Papa advierte también del peligro de “los ídolos”: “El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira”. También podemos ser esclavos de la riqueza, o incluso de nuestros propios proyectos: “Podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas”. “Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán”, advierte Francisco.
Actuar es también detenerse
En esta sociedad de ritmo veloz y desenfrenado, el Santo Padre invita también a cambiar el ritmo durante estos cuarenta días: “Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo”.
Por ello, el Papa señala que tanto la oración, la limosna, como el ayuno, que se proponen para estos días, “no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará”.
Además, la Cuaresma nos hace redescubrir “la dimensión contemplativa de la vida”, que “movilizará nuevas energías”, llevándonos hacia los demás: “Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos […]; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud”.
Citando un discurso suyo de la JMJ de Lisboa, el Papa ha señalado que es cierto que vivimos en una época con muchos retos, pero anima a pensar “que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo”.
“La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza”, concluye el Papa, “la enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante”.