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El viernes día 10 de enero, horas antes de que en la Iglesia Colegial del Divino Salvador se iniciase la novena del Señor de Pasión, falleció a los setenta y dos años de edad Antonio Mendoza Vázquez, campanero desde 1968 de ese segundo templo de la Ciudad, que se ocupaba también del mantenimiento de los campanarios de otras iglesias sevillanas, andaluzas e incluso madrileñas.
Era el encargado de hacer sonar cada día el único campanario manual de toda Andalucía, el de la Colegial, gracias al oficio heredado de sus mayores y legado a sus hijos, quienes lo continuarán. Al igual que su abuelo y su padre, nació en una estancia existente a la mitad de la estrecha escalera de caracol que conduce desde el recoleto patio de los naranjos hasta el campanario de El Salvador, donde Antonio ha tenido su domicilio durante toda su vida.
Le gustaba referir que con diecinueve años escaló por vez primera el cuerpo superior de la Giralda para comprobar el estado de las campanas, valiéndose del cable del pararrayos como único soporte para llegar al mismísimo Giraldillo. De su padre adquirió el privilegio de fundir, restaurar y mantener los bronces de las torres y espadañas de los cielos de Sevilla, tañer las campanas de El Salvador y su vocación por las alturas.
Durante las últimas décadas ha sido toda una institución en la Archicofradía del Amor como hermano, capiller y responsable de los traslados del Cristo de Juan de Mesa, pues se ha encargado de cuidar con sus maromas y aparejos los movimientos del Crucificado cada vez que era subido o bajado a su altar, para cultos y traslados a su paso procesional. Cuidaba con exquisito mimo esa obra de arte que era a la vez su gran devoción, por representar tan fidedignamente al Hijo de Dios hecho hombre por Amor para ser nuestro Divino Salvador.
Se ocupaba además de montar la popular rampa por la que cada Domingo de Ramos corretean los niños y descienden los pequeños nazarenos blancos de La Borriquita. Inicio de la Semana Santa y conclusión pasional en la misma hermandad, con la dulce muerte del impresionante Cristo crucificado por Amor ante cuyo paso siempre ha caminado su fiel capiller Antonio Mendoza. Ha sido una persona sencilla, discreta y enormemente servicial; un trabajador incansable, profundamente creyente, hombre de Iglesia y visceralmente bueno, que ya forma parte para siempre de la peculiar intrahistoria popular de esta ciudad y su collación de El Salvador.
Naturalmente sus exequias se oficiaron en la Iglesia Colegial, por así haberlo autorizado la Autoridad Eclesiástica a pesar de no ser actualmente parroquia. Concelebraron el obispo auxiliar don Teodoro León y varios sacerdotes, no recordándose tantos fieles juntos en tan amplio templo. En un comunicado el Cabildo Catedral lamentó también la muerte de Mendoza, agradeciéndole sus servicios a la Iglesia.
Sobrellevó durante meses la enfermedad con la mayor discreción, sabiendo que el final era inevitable y rezando a sus Vecinos de toda una vida: el Cristo del Amor y el Señor de Pasión. Hasta el final continuó frecuentando las calles de su entorno y tomando cerveza en sus bares de siempre. El día anterior al óbito rellenó en el bar Moka una porra futbolística, que curiosamente Antonio ha ganado después de su muerte. Quizás signifique algo.
Su inquebrantable fe hizo que se entregase mansamente a la voluntad de Dios, como aprendió de su Señor de Pasión, y que esperanzado afrontase el tránsito abrazado al Amor de su Cristo dulcemente muerto. Hombre de campanarios, siempre estuvo más cerca del cielo que los demás y a ciencia cierta que eso le ha ayudado en su última hora.
Sirvió permanentemente a su Crucificado, al que tantas veces alzó con sus artilugios por las alturas de las naves de El Salvador. Es seguro que ahora, en el trance final, ese Cristo del Amor le ha correspondido alzándole directamente a la altitud de la gloria prometida a quienes aman a un Dios que es siempre precisamente Amor. Que no doblen las campanas, porque los cristianos sabemos que la muerte no es el final. Repique a gloria la torre de El Salvador por el bueno de su campanero, quien goza ya de la definitiva vida eterna.
José Joaquín Gallardo es abogado
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