La Bodega es una sensacional novela del valenciano universal Vicente Blasco Ibáñez. En ella se analiza a parte de la oligarquía jerezana bodeguera y las pésimas condiciones laborales que padecían los que trabajaban en el sector. En Chipiona bodegas hay muchas, perdón algunas, que se resisten a sucumbir ante la piqueta devoradora de esos que se dicen máximos defensores de la libertad. Pero bodega como la que yo digo sólo hubo una. La de Valdés. Eran los años ochenta y un local muy sui géneris, incluido el dueño. Todo era ceremonioso no programado. El niño de Valdés era un chipionero de la movida madrileña que te despachaba vino para el olvido a sones de una canción de Alaska y Los Pegamoides, por poner un ejemplo. Lo mejor que tenía era su carta de tapas en la que se incluía las aceitunas podridius y los altramuces. Para comer los altramuces te acompañabas del S. P. C., Santo Plato Cochambroso, que era como una pequeña fuente de plástico donde metías los dedos para añadirles sal. Allí metían sus dedos el Cacharro, el Tigre, Juanaco e incluso yo mismo. Con lo cual el plato tenía de todo menos santidad. Las aceitunas tenían su encanto, porque además de no cobrarlas, cuando el niño de Valdés se volvía de espaldas cogías una.
Miguel Ángel Moncholi y el periodismo taurino Decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad Camilio José Cela de Madrid, ha conseguido que el Instituto Español de Comunicación Especializada (IECE) reconozca formalmente al Periodismo Taurino como tema de especialización. Su defensa se basó en la importancia histórica y la riqueza literaria de la prensa taurina.