Ese martes, cuando aún no había amanecido, se dispuso a preparar mayonesa en la batidora, derramó dentro los ingredientes y la echo a funcionar...estaba como ida, perdida en sus pensamientos...realizó movimientos inoportunos, la mayonesa se derramó y luego se cortó. Suspiró profundamente, la realidad le indicaba cuan torpe era...
El delineador de los párpados se salió de su recorrido y se miró al espejo horrorizada de cómo se maquillaba, pero era tarde y no le daba tiempo a rectificarlo. Perdió el autobús de las ocho de la mañana y se torció el tobillo al bajar y poner el pié en la acera.
Llegó tarde a la consulta del doctor Freyre en el centro de argentina. El mejor psicoanalista que había encontrado, el más recomendado y sumamente caro.
La tinta del lápiz de ojo seguía el recorrido de las lágrimas, dibujando rayas negras que bajaban desde los ojos hasta el cuello.
Eres muy llorona- Esa es la frase que Adela escuchaba todos los días de la boca de su madre cuando era una niña y que ella le relataba a su terapeuta tumbada en el diván todos los martes. Quería saber por qué lloraba tanto y por qué les molestaba a los demás, especialmente a su madre, que fuera débil. Así vivía Adela su niñez. Relacionaba sus lágrimas con la debilidad y pensaba que cada día al terminar los cincuenta minutos de consulta, iba a salir renovada, con una dosis de fuerza en su forma de sentir y de expresarse ante el mundo que le rodeaba.Dejar el sur de España y buscar un lugar nuevo para vivir la había liberado de las supuestas frases que etiquetan a una niña si se le expresan con mucha frecuencia y si llevan una intensa carga emocional. Frases que son traumáticas para los pacientes, y que les hace repetir la misma conducta toda su vida, como si fuera un mandato- pensaba el psicoanalista mientras tocaba el final de su barba castaña desaliñada- a la vez que miraba las largas e interminables piernas de su paciente, cosa que le preocupaba bastante porque se había convertido en una obsesión para él. A veces no apuntaba en su ficha los relatos que le contaba esa mujer deleitado con las curvas de sus tobillos.
Adela era traductora de textos escritos en ingles. Conoció a algunos argentinos que le presentó una prima suya, que también era de Buenos Aires. Paseaba por el pintoresco barrio de La boca, por El puerto de madero, iba a San Telmo a ver las casa de antigüedades, días en el campo .En sus largos paseos siempre añoraba su ciudad, el olor a azahar, la feria de Sevilla, las cervecitas en los bares que están cerca de la Torre del oro, los paseos por el Barrio de Santa cruz
Ese mismo día recibe una llamada de teléfono de Claudia, la secretaría del psicoanalista diciéndole que el Doctor Freyre ha fallecido en un accidente de coche.
Adela se desmorona y cae en un llanto sostenido, doloroso e intenso.
Asiste a su entierro, se acerca a la secretaria y le pregunta:
- ¿Quien era su mujer?-
¿Y yo le pagaba un dineral a un tipo que no era normal por enseñarme a no llorar?- preguntó con mucha ansiedad Adela.
¿Donde está el problema?- le respondió-
Pasaron unos minutos de silencio. La humedad del cementerio se metía en los huesos.
- Él no tenía conflicto con tener tres mujeres y llevarlo en secreto, es más, yo era su amante, por eso lo sé. Tú quisiste pagar para que el doctor Freyre te enseñara a aceptar tu propia vida. No era Dios. Él también sentía y padecía.
Comprendió lo limitado del ser humano y aprendió a vivir aceptando que tenía un llanto fácil y que podía o no ser débil, pero que lo importante era estar viva y poder sentir y padecer.
No quiso buscar otro doctor Freyre, aprendió bastante del que ya se murió y del sentido común de su secretaria.
Volvió al sur de España, a Andalucía, con la cabeza muy alta y con ganas de ver a todos sus familiares y amigos. Siguió siendo una mujer llorona, pero esta vez sonreía, a la vez que con la yema del dedo índice se quitaba una lágrima y decía en voz alta:
- Al menos yo si estoy viva, doctor Freyre.
