Relato ¿Quién mueve mis dedos?
De pequeña escribía cartas a mi familia desde mi lugar de veraneo. Cartas que no se entendían porque aún no sabía casi escribir.
Con quince años escribí mi primera historia de amor .Trataba de dos adolescentes que se besaban apasionadamente por las esquinas luchando contra sus pudores y convicciones religiosas para poder amarse con la pasión y ternura de la primera vez que uno se enamora.
Mis compañeras de clase se pasaban aquellos papeles sucios y llenos de tachaduras de bolígrafos. Se peleaban por ser las primeras en leerlo. Me preguntaban si yo había vivido esa historia, que parecía tan real.
Se equivocaban, yo aún no conocía el sabor de un beso de amor.
En una reunión de antiguas alumnas, mi principal admiradora de aquel relato me convenció para volver a escribir.
Y eso he hecho. Me he ido a Santander y he alquilado una casita vieja con ventanas de madera, que da a un río que parece un lago, y he colocado la mesa y el ordenador junto a la ventana, admirando un paisaje que me estremece cuando lo miro. Me gusta que las hojas de la ventana estén abiertas y sentir en mi cara el aire y el olor a humedad y vegetación del agua del lago.
Empiezo a escribir una historia, nunca tengo pereza para eso. Me emociono, me excito, es increíble cómo me gusta escribir.
Me siento poderosa porque soy capaz de crear, de inventar un mundo nuevo en el que me hundo y buceo, separando el agua con mis brazos, queriendo siempre encontrar un tesoro.
Pero nunca encuentro el final. Mis historias se acaban cuando estoy en el pico más alto, cuando siento que he levitado.
En ese momento, me doy cuenta de que no soy una buena escritora, ni se teclear. Me hubiera venido bien un curso de mecanografía. Más bien mis dedos golpean el teclado.
Muchas veces pienso: ¿Quién mueve mis dedos?
Por suerte puedo pagar a alguien para que me enseñe a escribir. Contrato a Oliver Alonso, es un escritor famoso, dueño de una editorial y que siempre ha divulgado en la prensa sus inquietudes por los escritores que empiezan.
Le preparo el cuarto azul, lejos del mío, para que no nos molestemos con los ruidos del otro.
Pero trabajaremos juntos en la misma habitación, la que da al lago, la de las ventanas rotas que no cierran bien.
Lunes, las ocho de la mañana. Debe estar al llegar. Sólo me preocupa que sea paciente a la hora de enseñarme a escribir, que no traiga mascota, que no fume puros y que su olor corporal me agrade.
Me doy cuenta de lo maniática que soy y pienso que quizás si yo fuera más libre podría llegar a ser una buena escritora.
Oliver Alonso, por el contrario, me dijo que sí a todas mis propuestas, con ilusión y energía, casi sin interesarse por lo que le iba a pagar, lo que realmente me dejó muy sorprendida.
Lo veo llegar por la ventana, viene sólo, con una maleta muy usada de cuero. Alto y delgado, con una forma de andar enérgica, vestido todo de gris. Moreno, algo canoso. Quizás haya cumplido los cincuenta años, diez más que los que tengo yo.
Lo saludo, le enseño la casa, su cuarto y le digo que lo espero en la sala de trabajo.
Pasan horas, mientras yo escribo la novela, y él no aparece.Llamo a la puerta de su dormitorio, y no me contesta, lo hago en repetidas ocasiones.
Quiero ser prudente y dejo que sea él quién venga a buscarme.
Hola mujer- me dice tocándome la espalda y me giro. No me quita la mano del hombro, me hace sentir bien, en buena compañía, lo siento cercano. No le pido explicaciones por las cinco horas que me ha hecho esperar. Fui a comer algo y me quedé dormido, este ambiente me relajó tanto que no me he dado cuenta de la hora que es- explicó con voz grave.Tendremos solo tres días para que me puedas ayudar con el final de uno de mis libros, nunca los termino, es uno de mis grandes conflictos para poder llegar a ser escritora- le respondo ésta vez de pié, con mis ojos muy cerca de los suyos, a la vez que me ruborizo.
¿Por qué no comienzas una historia nueva y te la dirijo desde el principio? te propongo un título y tú la desarrollas, que vaya creciendo con nosotros estos tres días- expresó con dulzura.
Asentí con la cabeza, muda, tímida, insegura.
Escribe nuestro encuentro y fantasea sobre nosotros, eres la dueña de lo que quieres que ocurra. Tienes que ser valiente con tus deseos y deja a un lado el pudor de que yo te lea. No será la realidad si tú no quieres. ¿Qué puede ocurrir con un hombre y una mujer que están solos en una casa cómo ésta?- preguntó.
Si se atraen pueden hacer locuras- le dije. ¡Casi no podía creer que me estuviera exponiendo tanto delante de aquel señor que acababa de conocer!- pensé mirando hacia otro lado.
Me atraes. Si yo te atraigo ya tienes una historia- expresa de nuevo.
Pasan las horas y escribo una historia de pasión cómo nunca antes pude hacerlo, sin comer ni beber, sin levantarme de la silla.
Le hago leer los folios que he escrito .No puedo seguir, le explico.
- Vívelo y escribe después - me dice con voz inexpresiva susurrándome al oído.
No puedo creer la desfachatez, y lo poco profesional que está demostrando ser este señor.
Lo invito a marcharse de la casa y le muestro mi sorpresa antes sus métodos poco habituales para enseñar literatura.
- De acuerdo, mañana temprano me voy. Tú ya has decidido y observo en su rostro tristeza y confusión.
Me paso la noche escribiendo, para demostrarme a mi misma que no lo necesito, que puedo aprender yo sola, y maldigo lo poco ortodoxo que es éste profesor enseñando.
Escribo frases y las borro, así me paso media noche. No sirvo para escribir. Me echo a llorar. Me acuerdo de la pregunta que siempre me hago cuando estoy tecleando el ordenador:
- ¿Quién mueve mis dedos?-
Respondo mis dedos los muevo yo.
Busco dentro de mí y descubro que soy una fuente inagotable de fantasía, un flujo ilimitado de entusiasmo, que solo tengo que escribir lo que siento, lo que imagino, lo que deseo, sin pensar en quien lo leerá. Sólo me tiene que gustar a mí.
Si soy capaz de llorar cuando escribo algo triste, si soy capaz de reír cuando lo hacen mis personajes y de sudar cuando ellos sudan, viviré mis historias haciéndolas reales, estremeciéndome cómo cuando veo una buena película. Sólo entonces sabré que he escrito algo de lo que pueda estar orgulloso.
Mis dedos empiezan a moverse solos, muy rápidos, aunque mi mente siempre va por delante, sin pudor, sin cobardía, creando vidas, conflictos, pasiones. Siento como crece algo dentro de mí.
Ya sé subir y bajar. Subir a mi mundo de fantasía y bajar a mi mundo real. Me he quedado dormida. Escucho el agua de la ducha, debe ser Alonso. Salgo a tomar el aire, lo esperaré fuera, para despedirme de él.
Tarda en bajar, lo veo a través de la ventana, leyendo lo que he escrito. Está de pié, con los folios en su mano derecha y sonríe. Le gusta. Lo sé.
- ¡Ya eres una escritora!- me grita por la ventana- ¡Sube, no, me voy aún!
Me rectifica frases, formas de conjugar los verbos, cambia palabras por sinónimos y me dice que lo va a publicar.
Me quedo aquí, querido lector. No voy a escribir un final a esta historia. Siento y padezco cómo la protagonista. Y repito en alto lo que ella siempre se preguntó:
- ¿Quién mueve mis dedos?
AngelesOliverea
