¿Quién ha dicho que seas una persona con sentido del humor o con sentido de la responsabilidad? Esto antes podía atribuirse a las familias que imponían un modelo moral o a las grandes escuelas que tenían un sistema, pero no al sálvese quien pueda de ahora.
Valentí Puig LA GRAN RUTINA
BECARIOS PERPETUOS de Jose Antonio Chaves (2007)
En un pasado no tan remoto, cuando en un grupo de amigos adolescentes, de ésos con una piel facial severamente castigada por el acné que van iniciándose en el arte secreto del onanismo, uno de ellos dimitía del BUP o del COU, interrumpiendo así su periodo formativo, el corrillo habitual de madres se echaba las manos a la cabeza y exclamaba: ¡Pobrecito mío! Es una pena que se haya echado a perder. Ya se arrepentirá más adelante. Y entonces aquéllos que no nos desviamos de la ruta marcada, convencidos de que en el horizonte de nuestra carrera profesional aguardaba una colocación segura, dentro de una oficina y con una secretaria presta a aliviarnos las horas muertas, reafirmábamos nuestra posición al cruzarnos con la oveja negra en un parque comercializando papelinas o vendiendo pelucos robados en un semáforo. Sólo podíamos sentir conmiseración por él cuando, a propósito de su recién estrenando oficio como mozo de almacén, convirtió su domicilio particular en un muestrario de objetos robados accesibles al público a precio de costo y al que acudía en masa toda la chiquillería del barrio, como un templo donde se rindiera un extraño culto mercantilista. Sin embargo, no tardaría en asaltarnos la sospecha de que la prosperidad económica dista mucho de alcanzarse mediante el esfuerzo o con la ayuda de una buena cualificación, sino más bien a través de la picaresca y el pillaje. Mientras nos preparábamos los exámenes del segundo semestre, enclaustrados en el cuarto y con el sofoco del verano en ciernes, oíamos el rugido de un Ferrari, detenido enfrente de nuestro portal, donde el patito feo iba montado con una rubia despampanante, un descapotable que ni destinando todos los ingresos de nuestra vida laboral podríamos costear. Por una extraña lógica, el cani siempre acaba convirtiéndose en agente de la ley y el orden después de sacarse las oposiciones a policía local, implantando la justicia allá donde tiempos atrás la había violado, aunque sin abandonar los trapicheos a los que nos tenía acostumbrados en la juventud. El universitario, no obstante, tras graduarse, es pobre con solemnidad y, por si fuera poco, debe todavía superar un lamentable escollo, equivalente a las putadas que los veteranos gastaban en la mili a los novatos: la de recibir su bautismo como becario a base de collejas.
Forma encubierta y subvencionada de esclavitud, excusa perfecta para regodearse en la carencias del principiante, un sector de los empresarios ha encontrado un filón inagotable en el abuso del régimen de becarios, una manera desvergonzada de cimentar fortunas explotando a chavales que, pese a la desconsideración, no pierden la esperanza de ganar algún día un sueldo mínimo. Con un albañil o un fontanero no hay coartadas, y se les paga en función de su rendimiento. Al licenciado, pelele del nuevo siglo, manejado al antojo de los hilos del poder, se le exige que ame con locura su especialidad, tanto como para querer trabajar gratis durante un periodo indefinido; a cambio, la sociedad le ofrece la posibilidad de añadir su nombre en el expediente y una oportunidad de inserción, aunque, paradójicamente, si el condenado a becario perpetuo estipula una fecha límite para la conclusión de las prácticas, la secretaria se pone de inmediato a la búsqueda de un reemplazo. Definitivamente, el mejor currículum siguen siendo los lazos consanguíneos.
