
Como hoy en día el inglés es imprescindible hasta para recoger cartones o hacerse con un puesto como gorrilla en Bami (y pronto lo será el chino y luego el kazajstaní), me pateé varias escuelas de español de nuestra ciudad aprovechando mis días de asueto entre semana en busca de una persona nativa del Reino Unido que estuviera interesada en efectuar un intercambio lingüístico con alguien procedente del Polígono Sur. Una semana después, coincidiendo con que hojeaba la versión anglosajona de La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq, atendió la llamada de mi anuncio una francesa que respondía al nombre de Emilie, con un mail donde, en un castellano como de indio, me instaba a fijar lugar y hora para el primer encuentro. La cita fue detrás de la Plaza Nueva, en un mediodía de temperaturas suicidas que amenazaban de insolación a los guiris, cuya única protección posible era resguardarse bajo las sombrillas de los veladores con un tanque de cerveza bien fresquito. Cuando llegué a la zona, poblada de trajes de flamenca y postales de monumentos históricos a la venta, ella ocupaba una de estas mesas, de espaldas a mí, a la manera de Anna Karina en el arranque de Vivir su vida de Jean- Luc Godard, pero en un technicolor chillón. Emilie, parisina menuda, de pronunciación exquisita y retorcida, esperaba también a una amiga que, con la que estaba cayendo, había preferido enfundarse el bañador en vez de pegarse un pateo a pleno sol hacia la Isla de la Cartuja para visitar dos exposiciones raras en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Tras las pertinentes presentaciones y haber reparado en que no tenía la piel de las mejillas tomatosa, como de salmonete, a pesar de provenir del norte y del calor incendiario que hacía, me informó que era licenciada en Dirección y Administración de Empresas y que se había desplazado hasta Sevilla para mejorar su español puesto que el año que viene se dispone a cursar estudios de Turismo en Gran Bretaña. Por mi parte, como no tenía tiempo ni ganas de explicarle quién era Jesulín de Ubrique o la Duquesa de Alba, recurrí a temas de actualidad para romper el hielo, es decir, discutimos sobre la globalización, el cambio climático o la encarcelación de París Hilton, en un calco de Ethan Hawke y Julie Deply en Antes del atardecer, aunque sin el Sena y con la propaganda electoral de Monteiserín de fondo.
- ¿Sarkozy o Royal?
Emilie destacó al conservador, por la sensación de seguridad que trasmite frente a la tibieza de la socialista. Motivado por un impulso gamberro imaginé que si hubiera tenido la misma edad cuando las mujeres se echaban a la calle sin sujetador para protestar por sus derechos, su opción política habría sido otra. No obstante, como ha nacido en una época donde la literatura feminista en tamaño de bolsillo puede adquirirse dentro de los supermercados y las iniciativas ecologistas se dan a conocer a través de campañas masivas de publicidad, ya no hace falta votar a la izquierda. Tuve que controlarme para impedir que nuestra conversación bilingüe discurriera por terrenos tan trascendentes como los del final de Cleo de 5 a 7 de Agnés Varda y ella se asustara, así que reemplacé las disertaciones filosóficas por un relato sobre la controvertida personalidad de Cachuli. Mientras atravesábamos la pasarela desierta que conduce al recinto caldeado y fantasmal de la Exposición Universal del 92, presentí que estaba apurando un momento póstumo, volátil, antes de que Emilie fuera engullida por la civilización y comenzara a acumular carreras, dietas, amantes, psiquiatras, tarjetas de crédito y separaciones, y se convirtiese en una señora hecha y derecha, y entonces, cuando eso ocurra, seguramente despertará menos mi interés. (HECHOS FICTICIOS)

