Dentro del debate sobre La defensa de la Vida existe una verdad absoluta que nosotros constatamos a diario en las madres que acuden a nuestro centro y es que ninguna mujer vuelve arrepentida de haber acogido la vida. La mujer que se siente amada no aborta. La experiencia nos enseña que si no se deja sola a una mujer, si se la ayuda, sostenida con apoyos concretos, incluso de amor y comprensión, tenderá a evitar el aborto.
Las mujeres que deciden no abortar lo hacen con el apoyo de los voluntarios que las ayudan a aliviar una situación de soledad a veces angustiosa, además de necesidades concretas. Se comparten sus dificultades, respondiendo a necesidades materiales específicas, pero también, y sobre todo, a la necesidad de ser escuchadas, de contar a alguien historias difíciles, o sólo el propio miedo de afrontar un hecho que cambia radicalmente la vida, frustra los proyectos y vuelve a poder en discusión relaciones y prioridades.
Los grupos Pro- Vida defendemos la verdadera libertad de elección para la mujer y esta libertad significa que ella pueda optar entre posibilidades igualmente recurribles, sin ser arrollada por circunstancias puntualmente desfavorables y vencida por las dificultades.
La sociedad ( el hombre ) descarga todo el dolor de esta decisión en la mujer, un dolor que la herirá para siempre. Así, el Estado no ha hecho a las mujeres más libres, sino que las ha abandonado cuando más ayuda necesitaban. Este mismo Estado que nos deniega las subvenciones porque para ellos, los miles de niños escapados a la eliminación gracias al amor que se ha dado a sus madres, no son historias para contar. Es más, no existen.
Admitiendo que un embarazo no deseado puede crear grandes problemas, la solución no estará en la destrucción de la vida, sino en la riqueza del ingenio humano ( ésto lo dijo Nathanson que lleva la mitad de su vida intentando reparar los 75 mil abortos que se realizaron en sus clínicas y que un día descubrió con horror que su obligación era salvar vidas y no acabar con ellas).
