
Según informaba ABC el pasado viernes, en un revelador artículo titulado Escritoras y sexo. Historias para no dormir, este año la rentrée literaria en Francia va a estar marcada por un importante número de publicaciones de autoras que hablan sin tapujos de su vida sexual, una amplia variedad de obras donde mujeres de mediana edad confiesan sus infidelidades conyugales con hombres de todo tipo de pelaje o revelan sus experiencias con muñecos y cachivaches de plástico. Según el artículo, la característica general de esta veintena larga de libros que saldrán a la luz a partir de Septiembre y en la que se incluyen novelas, relatos y autobiografías, es la crudeza en el tratamiento de esa parcela íntima, puesto que en sus páginas se hace alarde de los continuos y variopintos escarceos amorosos, aportando todo lujo de detalles. Este fenómeno erótico- festivo lo lidera una tal Catherine Mollet, una madurita de buen ver (del estilo de Ségolène Royal, como sacada de las manifestaciones del Mayo del 68, cuando las estudiantes se quitaban el sujetador para demostrar su rebeldía) que lleva un tiempo relatando sus escapaditas con dos o tres docenas de amantes y que, por lo que he podido leer, debe estar más calentita que el palo de un churrero. Mollet, que ha de estar atravesando una menopausia feroz, casi depredadora, cuenta en Jour de souffrance, su nuevo dietario de correrías, cómo en pleno desenfreno, entregada a una sucesión de cuerpos anónimos y de toda clase de razas, descubrió el demonio de los celos al sorprender a su marido inmerso en una aventura mucho más modesta con una vecina.
Otras cultivadoras de esta tendencia que participa tanto del exhibicionismo como del voyeurismo, como Marie Nimier, Christine Argot, Delphine de Malherbe, también juegan al destape de sus intimidades, aunque valiéndose de fórmulas diferentes, desde el book de ilustraciones calenturientas que retrata a señoras con el culo en pompa hasta el pastiche porno soft- filosófico con cantante negro incluido. Periódicos y semanarios franceses, como Le Nouvel Observateur o Le Monde se han hecho eco de esta nueva ola (hace cincuenta años esa Nouvelle Vague estaba protagonizada por directores de cine como Francois Truffaut o Jean Luc Godard, que jamás tuvieron la necesidad de fanfarronear de erecciones ni de longitud de pene) a la que califican como un fenómeno social y que promete armar el mismo revuelo que en su día levantó la aparición de Las partículas elementales de Michael Houellebecq. A expensas de que escampe el temporal, y tras constatar en lo que ha quedado el movimiento feminista (una triste revancha para ver quién pone los cuernos más grandes, con los ánimos y la libido exaltados), me refugio en el visionado de Cleo de 5 a 7 de Agnés Varda, fechada en 1961, cuando los artistas se dejaban llevar por la inspiración a la hora de crear y no tan sólo por un despechado ánimo de venganza.

