Eduardo Mendoza se hace con el premio Planeta 2010 con "Riña de gatos" una historia inteligente e irónica que tiene como marco un Madrid a las puertas de la Guerra Civil.
Riña de gatos. Madrid, 1936
Anthony Whitelands, experto en arte especializado en pintura española, llega al Madrid de 1936 con una misión muy concreta: autentificar los cuadros de un aristócrata de la capital que intentará venderlos en el extranjero para asegurarse el exilio si, como todo parece augurar, estalla la guerra civil. O eso es lo que le ha contado Pedro Teacher, el marchante medio inglés medio español, intermediario del encargo.
Al inglés, un hombre metódico, de vida convencional y aburrida, siempre le ha gustado Madrid. Su máximo placer es deambular por el museo del Prado y, en especial, por las salas de Velázquez de quien solo puede ver un cuadro al día para poder disfrutarlo y analizarlo en toda su plenitud. Treinta y cuatro años, divorciado y huyendo de una aventura amorosa con una mujer casada, Anthony llega a una ciudad que no reconoce, una ciudad convulsa donde todos pelean con todos y nadie se fía de nadie. España parece haber enloquecido y ya no hay amigos sino correligionarios.
Visto el clima de violencia y conflictos que se vive en la capital, Anthony se presente en el palacete de la Castellana donde vive el duque de la Igualada, el noble que ha contratado sus servicios, dispuesto a llevar a cabo su encargo y volver cuanto antes a Inglaterra. La familia del duque le recibe con los brazos abiertos, en especial Lilí, la hermana pequeña y Paquita, la hermana mayor, una joven desenvuelta e independiente por quien Anthony se siente inmediatamente atraído. No así Guillermo, el hijo insolente que, al parecer, forma parte de un grupo de exaltados que quieren destruir la república y cualquier orden establecido.
La primera noche de su estancia en Madrid, Anthony cree ser víctima de un timo. Higinio Zamora, un hombre del pueblo que conoce en un café, se queda con su cartera y su dinero mientras Anthony visita un burdel que Higinio le recomienda pero, al día siguiente, cuando acude a la embajada para denunciar el hecho, descubre que Higinio ha devuelto la cartera.
En su segunda visita al palacete del duque de la Igualada, Anthony conoce a un hombre de gran atractivo. Es el marqués de Estella, un tal José Antonio Primo de Rivera, jefe de la Falange. Anthony se siente atraído por su magnetismo aunque no comparta su visión del mundo y se da cuenta de que un hombre así, tan elocuente, cuyo discurso consiste en hablar con salero sin decir nada, puede llegar a conseguir la adhesión absoluta de las masas exaltadas. Y también comprende, para su pesar, que entre Paquita y José Antonio hay algo más que amistad.
Pero esto no será lo más significativo de la visita. Porque, para su asombro, Anthony descubre que la pintura que tiene que autenticar es nada menos que un cuadro inédito de Velázquez, un desnudo sorprendente cuyo descubrimiento podría encumbrar a Anthony a lo más alto del mundo de la historia del arte. Este cuadro está escondido en el sótano de la casa y nadie, salvo Paquita y el duque, conoce su existencia. O quizá sí.
A partir de aquí, alrededor de Anthony se empieza a genera un torbellino de acontecimientos y el cuadro de Velázquez parece ser el centro de todo. La policía, que sospecha que se cuece algo en el palacete del duque, sigue los pasos de Anthony; la embajada británica, enterada de la existencia del cuadro, le conmina a que siga con la transacción y le informa de que el duque de la Igualada es un ferviente falangista y que la venta del cuadro servirá para la compra de armas, lo que puede favorecer a los intereses británicos frente a los soviéticos, bajo cuerda, claro.
Mientras, los falangistas cortejan a Anthony y le invitan a sus mítines, Paquita está dispuesta a todo para que diga que el cuadro es falso sin explicar por qué y, por si fuera poco, Higinio Zamora está empeñado en que Anthony proteja a la Toñina, la prostituta que conoció la primera noche. Y, como colofón de todo el embrollo, un tal Kolia, espía soviético de identidad desconocida, tiene órdenes de eliminar a Anthony para evitar la venta del cuadro.
Zarandeado por unos y por otros, sin saber muy bien qué está pasando, Anthony se convertirá, a su pesar, en la pieza clave de una intriga de dimensiones internacionales que se cuece a su rescoldo sin que él pueda hacer nada por evitarlo. Los muertos se acumulan a su alrededor. Y así, en los pocos días que lleva en Madrid, Anthony Whitelands, el pusilánime experto en arte, se erigirá como el punto de colisión de todas las fuerzas de la Historia de España.
Y mientras, el pueblo cuenta, comenta y discute a gritos con conocidos y desconocidos, en cafés y plazas, el azaroso futuro del país.
En torno al autor
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), se licenció en Derecho en 1966. En 1973 abandonó la España franquista para ejercer de traductor para las Naciones Unidas, y en 1975 publicó su primera obra narrativa La verdad sobre el Caso Savolta, que gracias a su tono crítico se considera la primera novela de la transición a la democracia y que recibió el Premio de la Crítica un año más tarde.
No será, sin embargo, hasta la publicación de su obra El misterio de la cripta embrujada cuando empiece a consolidarse su tono parodista y su ácido sentido del humor, tono que se mantendrá durante la publicación por entregas de Sin noticias de Gurb en el diario El País. Entre 1995 y 1999 fue profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Pompeu Fabra y ha sido columnista del diario El País.
Su personaje principal, interno de un manicomio y adicto a la Pepsi, que había surgido en La verdad sobre el Caso Savolta, reaparece en otras obras suyas como El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras.
Sus novelas La ciudad de los prodigios y El año del diluvio han sido adaptadas al cine.
Tragicomedia histórica con hechuras de vodevil y sainete
Todos los pesares de los reveses de la Historia, el desgobierno de la nación y las discordias que los hombres habían acumulado sobre la España de 1936 quedaban momentáneamente suspendidos a la hora del aperitivo por acuerdo unánime de las partes implicadas.
Dice Mendoza que las circunstancias cuanto más trágicas, más divertidas, extrañas y sorprendentes son. Y eso es, sin duda, lo que se muestra en esta novela. Unas circunstancias excepcionales y trágicas, los aledaños de una guerra civil a punto de estallar, que se convierten en manos del autor en una historia tan enloquecida como sorprendente y divertida.
Novela de intriga, novela histórica con tintes de farsa e, incluso, de vodevil o sainete, por aquello de la tradición madrileña, Riña de gatos: Madrid, 1936 es, seguramente, la novela más original que se ha escrito hasta la fecha sobre los antecedentes de la Guerra Civil.
Un supuesto cuadro inédito de Velázquez y un protagonista despistado, ajeno, epicentro de un torbellino de acontecimientos que lo llevan de acá para allá sin que el pobre pueda hacer nada por evitarlo son el entramado de este relato que refleja con maestría un instante histórico, preludio inmediato del desastre, y la ciudad de Madrid, un lugar donde confluyen intereses y pasiones a punto de ebullición.
Eduardo Mendoza combina a la perfección en esta novela los elementos que lo han convertido en uno de los escritores más importantes de nuestro país y el más indefinible. Humor, extrañamiento, parodia y una descripción de personajes única en el panorama literario español se dan la mano en Riña de gatos para confeccionar un retrato magnífico, un análisis sociológico-paródico de la sociedad madrileña del 36.
Los personajes históricos aparecen y desaparecen de la novela como muñecos del tiro al blanco. Protagonistas a su pesar o no tanto de los hechos que les rodean. Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Francisco Franco, Sánchez Mazas y, sobre todo, José Antonio Primo de Rivera se muestran en Riña de gatos ensimismados en sus intrigas y componendas. Y como catalizador de todo ello, Anthony Whitelands, un personaje entrañable, divertido y un poco ridículo, metódico, previsor y pusilánime, a la altura de aquellos que más fama han dispensado al autor. Una especie de Gurb que en lugar de llegar del espacio llega de Inglaterra, pero que entiende tan poco de lo que le rodea como si fuera extraterrestre.
Pero no solo el protagonista mira con ojos externos. También el autor contempla Madrid desde fuera con ironía, inteligencia, frescura y un cierto cinismo benevolente. Mendoza realiza una original revisitación de los tópicos españoles e ingleses: la religión, los políticos, las costumbres sociales, el arte, las relaciones de clase, la aristocracia... todo lo desmenuza con un bisturí clarividente y muy divertido que no deja títere con cabeza.
Y Madrid como personaje fundamental de los hechos. Un Madrid marcado por la violencia y la sensación constante de peligro donde nadie es quien dice o parece ser. Un Madrid de personajes enloquecidos, conspiradores e intrigantes, dispuestos a todo. La policía española, el servicio de inteligencia británico, falangistas, agentes soviéticos, rufianes y meretrices... todos van detrás de Anthony y la historia va adquiriendo tintes cada vez más esperpénticos y creando un cúmulo de situaciones disparatadas dignas del mejor humor inglés.
Unos hechos históricos vistos a través de una lente singular donde las casualidades, los errores, los amores, los desamores y las simpatías personales tienen mucho más que ver para el desarrollo de los acontecimientos que las ideas y avatares políticos.
La novela habla mucho de arte y no es casual. Porque los cuadros de Velázquez son, en manos de Mendoza, un contrapunto artístico a los hechos históricos. En especial, Las Meninas se convierten en la perfecta metáfora de la novela. En Las Meninas los personajes anónimos son los protagonistas y los reyes aparecen desvaídos, vistos a través del espejo, es decir, al revés, en un segundo plano que les aparta de la acción. Qué mejor imagen para una historia donde los personajes secundarios o aparentemente secundarios se transforman en los verdaderos artífices de los acontecimientos históricos y donde las rencillas personales son más peligrosas y letales que los campos de batalla.