Se podría decir que la sartén y la parrilla de los hogares actuales se han convertido en los sustitutos de los antiguos altares de sacrificio, donde para honrar y agradar a Dios se inmolaban miles de victimas animales. Igualmente la mesa de cocina sirve como banco de descuartizamiento donde sacar las entrañas a los cadáveres de animales previamente matados a manos de un matarife. El origen de todo este comportamiento sangriento en todos los tiempos fue dictado por los sacerdotes, sin embargo qué dijo Jesús de Nazaret al respecto? Lo que hagáis a la más pequeña de mis criaturas, eso me haceis a mi. (Mateo 25.40)
Desde hace más de 3000 años Dios llama y advierte a través de Sus profetas verdaderos, por ejemplo a través de Moisés nos dio el Mandamiento «No matarás». A través de Isaías dijo: (Isaías 1, 11) «Estoy harto de los carnero que quemáis en holocausto como sacrificio y de la grasa de vuestros bueyes». Y A través de jeremías (Jeremías 6, 20): «Vuestros holocaustos no me complacen. Vuestras matanzas de sacrificio no me son gratas».
Realmente nos ha sido ocultado que toda vida, todo ser, lleva en sí el hálito de Dios y por consiguiente es una parte de la gran Unidad de la Creación. Quien perjudique intencionadamente al más pequeño elemento de la Creación, sea una persona, un animal, una planta o los reinos minerales, obra contra uno de los más pequeños y por consiguiente, le ha hecho eso a Él, al Cristo de Dios, quien como Corregente de la Creación es existencia omnipresente y por tanto tiene parte en todo.
Contemplemos una forma especial de menosprecio animal, la caza. El cazador es alguien de quien normalmente se piensa que está dotado de sentimientos y de entendimiento y que además conoce el Mandamiento «No matarás», se provee con armas y merodea por campos y bosques, el espacio vital de los animales. Furtivamente irrumpe en el hogar de ciervos, liebres, zorros, jabalíes y muchos otros seres vivos para realizar su sangriento oficio. Sus víctimas son seres que sienten, que tienen una fina sensación y sentidos sensibles y que registran con finos matices todo lo que sucede a su alrededor. Ellos respiran el mismo hálito que el hombre que se acerca furtivamente para asesinarlos.
El comportamiento de los animales está orientado a la vida en común. Ellos viven en la medida en que el hombre no lo entorpezca, en una estructura social que se basa en la unidad. El cazador irrumpe en esa unidad. A su arbitrio elige y se lleva a determinados animales, juega a ser juez sobre la vida y la muerte pues no conoce su verdadero origen y mata a sus parientes más cercanos. Como taimada rapaz se desliza entre el ramaje, elige lugares para colocar comida a los animales, para llegado el momento, eliminar con el disparo mortal su incipiente confianza. Como justificación para el matar por placer, se argumenta que hay que reestablecer el equilibrio de la naturaleza.
Pero qué dice en la actualidad Dios, el eternamente sabio y Creador del Universo en Su Palabra dada a través de Su profeta y enviada, Gabriele de Würzburg: «Yo soy el equilibrio en todo el infinito y también en los reinos de la naturaleza de la Tierra. Yo no necesito hombres de peso aparentemente equilibrados, que creen que tienen que mantener el equilibrio de la naturaleza».
La caza es una forma de ir a la guerra
Recientes estudios realizados por ecólogos dieron como resultado que los animales tienen un mecanismo interno para la regulación de la población. Ninguna especie se reproduce sin medida ni meta. La cantidad de nacimientos no se limita desde fuera, sino a través de una medida interna. En consecuencia, la caza no sólo es inútil, sino que es totalmente innecesaria.
El ser humano estorba la armonía interna de la naturaleza, destroza los lazos sociales de los animales, destruye sus lugares de descanso y zonas de alimentación y desencadena migraciones fuera de su ritmo natural.
En el caso de los jabalíes los cazadores apuntan primero a la hembra, que tiene en la manada un papel de líder. Al cazador le tiene sin cuidado si con ello se interrumpe y destruye la estructura social de los animales. En el caso de las liebres, éstas se retuercen despavoridas de dolor, gritando como bebés. Entonces se acerca el cazador y la golpea hasta matarla. Así se podría seguir relatando como lo hacen con los corzos, gamos, perdices, pajarillos, etc.
La palabra caza se presenta como un eufemismo. En realidad se trata del gusto de matar, pues la caza, tal y como la defienden los cazadores, no controla la población de animales, ésta se ha regulado sola desde tiempos inmemoriales. La caza es siempre una forma de ir a la guerra, dijo el famoso poeta alemán Goethe y Del asesinato a los animales al asesinato de los hombres, hay sólo un pequeño paso, dijo el escritor ruso León Tolstoi.