
El ingenio es la sustancia constante de Les Luthiers. Y para ser uno de ellos hay que ser muchas cosas a la vez: cantante, músico, actor, instrumentista; eso para empezar y por decir algo, porque no se pueden tocar más palos escénicos de golpe. Y para seguir, hay que ser hasta un gran lingüista, un magnífico experto en léxico y fonética. Les aseguro que sólo con estas simples primeras palabras mías, Les Luthiers ya hubieran encontrado ocurrentes excusas para jugar con los significados y los dobles sentidos. Yo, claro, no voy a dar pistas ni ejemplos con una torpe imitación.
El éxito de Les Luthiers es ya veterano en llenos y aplausos por todo el mundo. Es una carrera de cerca de cincuenta años. Pero yo estaba ajeno a su directo por agotarse siempre las entradas. Ha tenido que ser un gran amigo, Jaime Molina, director general de ANCCE, mi salvoconducto hacia el fenómeno humorístico creado por los cinco argentinos (en realidad, algunos judíos).
Y escribo ahora esta crónica animando a que se sumen a la experiencia, a que la capturen por donde les pille (ahora están en Madrid).
Desglosar a Les Luthiers no es ni fácil ni conveniente, porque se pueden malformar los perfiles y contornos de la genialidad. ¿Podría clasificarlos persiguiendo orientar a novatos como yo que aún estén por verlos en escena? ¿Vienen de Chaplin? ¿Proceden de los Hermanos Marx? ¿Se han cortado de Tip los patrones? A mí me parece que si nos ponemos a hurgar pueden ser todo eso y no ser nadie. Y que al final me llevo en el espíritu un conjunto bien nutrido de sonrisas que les agradezco de corazón por este Lutherapia que emula al psicoanálisis, siempre con el clásico personaje al fondo que es Mastropiero, y que ha roto el esquema acostumbrado por la formación de ofrecer varias piezas cómicas sobre la base principal de unas canciones. Una sesión de terapia -la que provoca el nombre del espectáculo- da una estructura completa de principio a fin del mismo. El mayor beneficiado del tratamiento acaba siendo el público, al que Les Luthiers parecen convertirle las butacas en un cómodo diván.

