Rociero, de Bollullos Par del Condado, Antonio González «El Raya» se inició con las saetas. Estudioso del fandango, desembocó en las sevillanas con el o que le hizo famoso y acaba de publicar la biografía de su antecesor y maestro Paco Toronjo en un libro, acompañado de un CD y un DVD.
¿Le peinaban así de chico o fue cosadel marketing?
Un día, en casa de mi abuela, mi madre me dijo que ya tenía edad de que me peinara solo. Cogí una palangana, me subí a una silla y me peiné con la raya en medio, como Alfonso XIII. Desde entonces no me la he quitado.
¿Qué quería ser en la vida cuando niño?
Cantar, por vocación. Mi profesión frustrada es el periodismo. Trabajé un tiempo en la agencia Efe en Bruselas.
¿Y cómo empezó en el cante?
Me gustaba la saeta. Mi primer dinero fueron 1.500 pesetas por cantarle dos a la Macarena en el balcón de Los Corales, en la calle Sierpes. Llevaba pantalones cortos. Mis ídolos eran los Hermanos Reyes y los Toronjo.
Y nació el dúo Los Rocieros...
No, primero grabé en solitario como Antonio el Rociero, en Bruselas, en 1966. Por las noches, con Paco Chiringo, que bailaba y cantaba sujetando una botella de fino en la cabeza, participaba en un espectáculo con una cantante israelí. Yo cantaba dos saetas. Me volví en 1967.
Como Los del Río, supongo que Los Rocieros surgió al calor del aquel dúo glorioso de los Hermanos Reyes...
Ellos fueron los primeros en seguir esa estela. Nosotros grabamos el primer disco en 1969, con Manolo Sanlúcar y Felipe Campuzano.
Y de Bruselas, a los tablaos de Madrid, claro...
Sobre todo en las fiestas privadas de Las Brujas, las Cuevas de Nemesio, Torres Bermejas... Se ganaba un buen dinero y, además, quién me iba a decir a mí que estaría con esos monstruos. Me asustaba de tenerlos tan cerca.
Diga una alineación de aquellas...
Una: Cepero, Marchena, Toronjo, al que Caracol admiraba muchísimo, José Mercé, Rafael Farina... Otra: Manolo Sanlúcar, los Hermanos Reyes, Camarón, que entonces estaba en el cuadro de Las Brujas, hasta que lo pusieron delante y fue la revolución...
¿La farra más memorable a la que asistió?
Muchas. Recuerdo una en Las Brujas que siguió en una casa del barrio de Salamanca, con Manolo Sanlúcar y Chato de la Isla.
Y dice usted que se alegra de los señoritos de entonces. ¿Me lo explica?
A muchos no los llamaría señoritos, sino señores. Con una juerga podías vivir tres o cuatro meses. Se ganaban dos mil duros cuando un traje de lana virgen costaba en Cortefiel 1.800 calas.
Júreme que no ejerció la picaresca...
No lo necesité nunca. Algunos sí se dedicaban a darle coba a los que pagaban. Era la época dorada del flamenco, con giras y espectáculos en el Calderón y en el Circo Price.
¿Cómo conoció a Paco Toronjo?
De niño, en el Rocío. Mi padre me llevaba también a verlo en el Cine España de mi pueblo, con La Paquera y otros artistas.
¿Lo más excesivo de tan singular personaje?
Era excesivo en todo: en su arte, en la bebida, en la amistad... Jamás nadie pudo comprar su cante. Tenía una necesidad fisiológica de cantar y tenía un cante para cada ocasión. Una vez le dije que él era el Papa y yo un simple monaguillo. A los dos meses, sin venir a cuento, me soltó: «Sobrino, que lo sepas, me he enterado de que el monaguillo del Papa es un cardenal».
¿El que más le impresionó?
Aparte de Toronjo, Marchena, Enrique el Culata, El Caldera, que era un hermano de Farina que cantaba mejor que él durmiendo... Y escuchar al Camarón de 17 o 18 años era tremendo.
¿Y el más raro?
El Peque de la Isla, hermano de Perlita de Huelva. Cantaba de chocazo, pero se ponía nervioso y era imposible sacarle un fandango. Y Marchena, que tenía una categoría inmensa hasta sin cantar.
¿Y el más divertido?
Picoco y El Barriles, uno muy chiquitillo que iba por las ventas de la carretera de Barcelona: El Palomar, La Manzanilla, La Titi, Los Cinco Pinos,... Al Fary, que era taxista, si se le había dado mal la noche, lo metíamos a cantar una cosita por Farina y completaba con lo que le dieran.
¿Y el de más talento?
Pepe Marchena. Ése echaba música por la boca.
¿La situación más embarazosa en la que se vió envuelto?
Una vez que un indio venezolano, Óscar Cruz, casado con María Rosa, la bailaora, al que sólo le faltaba la pluma, se lió a bofetás con ella. Era torero y un verdadero canalla.
Cite las mujeres más hermosas a las que besó la mano...
A S.M. la Reina. Y de compañeras, a Rocío Jurado.
¿Qué carrera vio truncarse de forma estúpida?
Muchas, por culpa de la cocaína. No hará falta que dé nombres.
¿A ellas también las vio liarse la manta a la cabeza por amor?
Lola Flores, por ejemplo, hacía lo que le daba la gana con su... Empecé a dejar de admirarla una noche que vi llorando al Pescaílla en Caripén, porque ese hombre la quería de verdad.
¿Su primer bimbazo con las sevillanas?
«Eres mi cruz». Y en 1981, «El desamor».
¿Cuál les dio más satisfacciones?
«El desamor», «Esas marismas azules» y «Soy el ave solitaria». También las del Alosno, en especial las bíblicas.
¿Los letristas y compositores acertaban de lleno o es que la gente estaba más por escucharlas?
Es que hoy, salvo algunos casos, lo que hay son silbadores. Entonces eran compositores: Rafael de León, Quiroga, el maestro Oliva, los Pareja- Obregón, Felipe Campuzano... De esos quedan pocos.
¿Por qué lo dejaron?
Santiago Martín, mi compañero, llevaba otro tipo de vida, perdió la ilusión. Vino el declive de las sevillanas y nos fuimos para que no nos echaran.
Y entonces se puso a indagar en el fandango y a recopilar estilos, formas. ¿Cuántos fandangos ha encontrado hasta la fecha?
Empecé con eso en el 74. No me atrevo a dar un número, pero todos, los básicos y sus variantes, están en la Antología.
De Calañas, de Cabezas Rubias, de Santa Bárbara, de Zalamea... Es que así no hay modo.
Hay muchos pueblos, de la sierra o del Andévalo, que no tienen fandangos propios. Anote los básicos: Alosno, El Cerro, Almonaster, Valverde, Calañas, Cabezas Rubias, Encinasola y se acabó. Y Huelva, claro, de ella son todos.
¿Se han perdido muchos en los últimos años?
No se ha perdido ninguno porque los recopilé. El progreso lo envuelve todo y no sólo inventa sobre el original, sino que lo destruye.
¿Tiene una definición del fandango?
Sí, es un grito, profundo como un pozo sin fondo, vigoroso como un cinqueño de lidia, tan hermoso como el amor, sin jipíos llorones y sin esa nostalgia de chilaba que arrastra la melopea de los cantos del desierto.